Viajé solo. Pero sólo el viaje.
Llevaba más de una hora de camino a Motilla del Palancar por la A3 y sonaba en el Ipod Check it de Skream.
Pensé: ¿está prohibido conducir con el Ipod? Se me cayó y perdió la pregunta en el km 166 entre beats de dubstep. Desde ahí la carretera se perdía en el campo de encinas hasta cruzar un ¿embalse? que terminaba de arrancarme la sensación de ciudad de la que uno se desprende con tanto gusto, hasta aparcar frente al campo de fútbol de Motilla, unas décimas antes de que se terminara el Ipod. Tardé un poco más en aparcar jugando a quitar la llave del motor al tiempo que Prodigy acaba su Charly en un ooouuuuiigñ. No es fácil.
Amada, mi representante y compañera sentimental de mi tia-prima (a ver, es la prima de mi madre. ¿Cómo se dice?), estaba ya por allí ofreciéndome unos cachos de queso fresco manchego “robado” del catering del Puchero del Hortelano. Ni a Puchero ni al resto llegué a verlos por culpa de Loren, Ayala, Marcelo y Miguel. Estos chicos del pueblo se acercaron durante la prueba de sonido interesados por el beatbox y mi directo. Sin saberlo unas horas más tarde acabaríamos todos borrachos con una parcela privada en la barra habilitada del campo.
– ¿Has cenao?
– Aún no.
– Pues venga, que te invitamos a cenar.
Unos saludos al concejal de festejos, conocido por algunos como el meriendas, unas fotos con la reina y la dama de honor de Motilla, que aún conservaban la merecida cinta sobre su cuerpo como un regalo a punto de abrirse, y nos fuimos a casa de Loren. Se me suele dar fatal, pero hice un esfuerzo enorme por quedarme con los nombres de todos y lo conseguí. Los de la familia de Loren, los retuve hasta el tercer bote de cruzcampo que tomé. También tomé carne de ternera, pollo y gorrino y todo lo que caía en mi plato desde la barbacoa familiar en el patio del padre de Loren. Porque el patio es suyo, con su piscina y sus tomateras de hojas flácidas pero sanos y relucientes tomates; el resto de la casa es de su mujer, quien me advirtió de que no diera más las gracias y comiera tranquilo.
– Qué guay que vengas en septiembre también, ¿no? – Dice Miguel.
– Ah… Pues yo no sé nada de eso. No me han dicho nada.
Después de comerme todo manjar que caía en el plato (parando para respirar y secarme el sudor frío) y recibir felicitaciones por la ingesta y aunque no pudiese apenas caminar y me fuera quedando dormido, supe que me había ganado el respeto en la zona:
– Hey ¿tú no eres el del…?
– ¿Beatbox?
– ¿Eh? ¿bisbos? No, no. ¿Tú no eres el chico que ha comido un chuletón, tres morcillas, dos salchichas, un chorizo, dos trozos de pastel y un miguelito? –
– Ehmm.. Bueno.. No he probado los miguelitos.
– Qué guay el concierto tío. Te veremos otra vez en septiembre.
– ¿En septiembre? No sabía que venía en septiembre.
Me lo dijo la hermana de Marcelo. Porque allí todos parecen ser familia, pese a ser un pueblo de ocho mil habitantes: Miguel es el primo de Loren… Marcelo tenía un lío concupisciente con alguien de la familia de Miguel y Ayala era casi uno más de la estirpe.
Llegamos al campo de fútbol calenticos ya de cerveza, aunque ellos parecían inmunes al frío viento solano que me hizo ponerme toda la ropa que traje, refugiándome a ratos en el camerino improvisado para beatmac en la venta de entradas. Ya habían terminado varios grupos y empezaba Pignoise. Inma y su amiga, esbozando simpatía innata, me hicieron prometer que les dedicaría una canción. No soy muy de dedicar canciones, pero ¿qué trabajo me costaba? Se me olvidó. Y es que el concierto fue bastante incómodo: Tenía que intuir más que ver porque no había luz sobre el escenario y se me jodieron los cascos que hacen las veces de monitores, por lo que sólo escuchaba una bola inmensa de graves que dirigían las pulsaciones de mi corazón. Es decir, no había forma de saber cómo estaba sonando. Aún así, terminé 45 minutos de un bolo de 30-40 minutos que estaba estipulado y hasta hubo momentos en los que me lo pasé teta.
Yo no quería, pero es que cuando hay barra libre… joder… te acabas chuzando. Y había buen ambiente. Después de mí, Miguel mezclaba CDs de house moviendo culos por doquier. Es un estilo de house algo comercial con éxitos incluidos y muchas voces femeninas en el background. A mí no me gusta mucho ese rollo, pero lo bailé hasta el mismo momento en que recordé que el hotel no me dejaría dormir más allá de las 12:00 de (ya) ese día, y necesitaba descansar antes de conducir a Madrid. Todos los chicos que había conocido estaban ya dispersos y bien mezclados entre la multitud como los beats de Miguel, así que decidí ir a dormir justo después de despedirme de todos los que pude y dar un abrazo bien grande a mi tía-prima (¿cómo cojones se dirá este parentesco?). La hermana de Marcelo condujo mi coche hasta el hotel soportando estoica mis vómitos de palabras imprecisas por el alcohol y algún que otro guiño a su conducción. Ayala le esperaba en la puerta con su coche, pero no arrancó hasta que me vio entrar sano y salvo en el hotel, después de buscar un buen rato el timbre entre millones de objetos dobles diluídos en un escenario bastante difuminado en mi cabeza. Entré y conseguí regatear una hora más de sueño al recepcionista. No puedo explicar cómo lo hice porque no lo recuerdo. Miré hacia fuera con la intención de dedicar a mis nuevos amigos un último saludo pero sólo quedaba la estela de polvo del coche de Ayala.
Unas horas más tarde, después de caer muerto en la cama, me arrastré hasta el bar con la resaca que no pude quitarme con la ducha, escondido tras una gorra, sin gafas de sol.
– Un café doble por favor y un croissant o una tostada o algo así que tengas. – Pedí con todo el sentido que pude darle a mis palabras. En ese momento pensé que el directo no había sido lo suficientemente bueno. Me cabreé por no tener un buen sonido y haber jodido los cascos. Pensé también que debía comprarme unos monitores de oído fiables y asegurar mejor la prueba de sonido, y conseguir más luz. Ideas que se tropezaban entre sí en mi cabeza pitándose, sin cederse el paso, en una ciudad sin semáforos.
– Tío me suena muchísimo tu cara. Tú no eres.. Sí. Tú eres beatmac, ¿verdad? Me encantó el concierto de anoche tío. Muy bueno. No sé cómo lo haces. – Decía uno de los camareros haciendo aspavientos con las manos hasta enseñarme el pulgar y una sonrisa que delataba cansancio.
– Muchas gracias tío. No sabes cuánto me alegro de que te gustara, de verdad. Me hace crecer unos centímetros. Por cierto. Anoche en el concierto y aquí ahora currando. Debes estar reventado, ¿no? – Respondí sin poder llegar a esconder tras la gorra mi orgullo y placer por los comentarios.
– ¡Bah! ya estoy acostumbrado. – Descansó la mirada pensativo sobre un grupo de clientes casi hasta incomodarlos, mientras bostezaba con la boca pequeña. – ¿Y qué tal? ¿Te gusta Motilla?
– No he tenido oportunidad de conocerlo mucho, pero me gusta su gente.
– Bueno, pues te vemos en septiembre otra vez. – Confirma sonriendo mientras frena con un gesto mi intención de pagar la cuenta.
En fin. La vuelta también la hice solo. Pero sólo fue el viaje. Todo lo demás lo hice en compañía de una gente muy grande. Me encantará volver allí de nuevo. Pero ¿por qué todo el mundo sabe que voy en septiembre menos yo?